Desde muy temprano, me escucho a mí
misma suplicar que el tiempo no avance para no tener que levantarme de la cama
e ir a la Universidad.
Más o menos a las 06:00 a.m.,
los primeros rayos de sol me abrazan para que la cama me expulse con un golpe
de calor.
Voy al baño y veo mi rostro aún
temeroso por las pesadillas durante la noche. Posteriormente, mojo mis cabellos
desde la raíz asegurándome que ninguno de ellos se muestre molesto y nos evitamos algún conflicto con el viento que
con torpeza corre por las calles.
Y es cuando empieza a sonar mi
melodía… me lavo los dientes al ritmo de un buen rock y los enjuago con un
electro house.
Siempre digo que el demostrarse
cariño a sí mismo, empieza desde la delicada forma en la que pasan las manos
por tu rostro, cuando el agua te acaricia como una bachata. Luego corro a mi
habitación y elijo prendas de vestir como si estuviera en una maratón de mambo. Me visto y me doy cuenta que los zapatos
hicieron su juerga porque no hay ninguno que esté con su pareja.
Después de conciliar a los que
encuentre, respiro y convoco a Chopin
para que guie mis manos cuando use el delineador en los ojos, con calma y
precisión, aunque admito que a veces estas manos, se desconcentran y prefieren
un reggaetón.
Minutos después, escucho cantar a
la señora caldera con esa voz tan estridente, pero gracias a ella puedo
disfrutar de un delicioso desayuno a temperatura perfecta… siempre y cuando no
se me haga tarde otra vez.
Van como veinte minutos para la
hora de llegada y el micro que añoro me tiene en la esquina como una novia
desesperada con la marcha nupcial distorsionada.
Miro mi reloj, me hablan los
minutos efímeros del tiempo y siento que quiero convertirme en Gloria
Trevi.
Al fin llega, el que no espero y
el que espero pasa por mi lado como un muchacho grosero que no responde al
saludo.
Faltan cinco minutos para evitar
que la puerta del aula golpee mi cara y no me queda más que intentar tomar un
taxi al otro lado de la calle, con el temor de encontrarme con algún conductor daltónico y sea atropellada al
compás del heavy metal que interpreta mi corazón.
Después de muchos intentos, alguien se apiada y poco
a poco retomo el control de mi misma, en el vehículo que tiene el principio de
“lentos pero seguros” hasta el extremo
de sentirme como Heidi saltando en la pradera, gracias a los resortes del
extraño asiento. Al menos hoy no me tocó vivir un capítulo del conductor
“rápido y furioso”, pero esta vez, la
rápida debía ser yo, para llegar al último piso de la torre más alta.
Y así, habiendo llegado a la
meta, me doy cuenta que la puerta del aula les decía “no” a mis compañeros… y el tiempo de ser furiosa había llegado, no
conmigo, sino con el Lic. porque se dice entre pasillos que llamó 5 minutos
antes de la hora establecida y dijo que no llegaría.
¡Bravo! ¡bravo! …todo este tiempo
me hubiera dedicado a escribir una canción de amor y no una extraña fusión de compases.
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