jueves, 22 de septiembre de 2016

Crónica de una universitaria al borde de la locura



Desde muy temprano, me escucho a mí misma suplicar que el tiempo no avance para no tener que levantarme de la cama e ir a la Universidad.

Más o menos a las 06:00 a.m., los primeros rayos de sol me abrazan para que la cama me expulse con un golpe de calor. 

Voy al baño y veo mi rostro aún temeroso por las pesadillas durante la noche. Posteriormente, mojo mis cabellos desde la raíz asegurándome que ninguno de ellos se muestre molesto y  nos evitamos algún conflicto con el viento que con torpeza corre por las calles.

Y es cuando empieza a sonar mi melodía… me lavo los dientes al ritmo de un buen rock y los enjuago con un electro house.

Siempre digo que el demostrarse cariño a sí mismo, empieza desde la delicada forma en la que pasan las manos por tu rostro, cuando el agua te acaricia como una bachata. Luego corro a mi habitación y elijo prendas de vestir como si estuviera en una maratón de mambo.  Me visto y me doy cuenta que los zapatos hicieron su juerga porque no hay ninguno que esté con su pareja. 

Después de conciliar a los que encuentre,  respiro y convoco a Chopin para que guie mis manos cuando use el delineador en los ojos, con calma y precisión, aunque admito que a veces estas manos, se desconcentran y prefieren un reggaetón.

Minutos después, escucho cantar a la señora caldera con esa voz tan estridente, pero gracias a ella puedo disfrutar de un delicioso desayuno a temperatura perfecta… siempre y cuando no se me haga tarde otra vez.
Van como veinte minutos para la hora de llegada y el micro que añoro me tiene en la esquina como una novia desesperada con la marcha nupcial distorsionada.

Miro mi reloj, me hablan los minutos efímeros del tiempo y siento que quiero convertirme en Gloria Trevi. 
Al fin llega, el que no espero y el que espero pasa por mi lado como un muchacho grosero que no responde al saludo.

Faltan cinco minutos para evitar que la puerta del aula golpee mi cara y no me queda más que intentar tomar un taxi al otro lado de la calle, con el temor de encontrarme con algún  conductor daltónico y sea atropellada al compás del heavy metal que interpreta mi corazón. 

Después  de muchos intentos, alguien se apiada y poco a poco retomo el control de mi misma, en el vehículo que tiene el principio de “lentos pero seguros”  hasta el extremo de sentirme como Heidi saltando en la pradera, gracias a los resortes del extraño asiento. Al menos hoy no me tocó vivir un capítulo del conductor “rápido y furioso”, pero esta vez,  la rápida debía ser yo, para llegar al último piso de la torre más alta.

Y así, habiendo llegado a la meta, me doy cuenta que la puerta del aula les decía “no” a mis compañeros… y  el tiempo de ser furiosa había llegado, no conmigo, sino con el Lic. porque se dice entre pasillos que llamó 5 minutos antes de la hora establecida y dijo que no llegaría.

¡Bravo! ¡bravo! …todo este tiempo me hubiera dedicado a escribir una canción de amor y no una extraña fusión de compases.

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